La furia me puede, me pueden los sentimientos de ira, el descontrol absoluto que se tiñe de negro cuando no quieres ver más allá.
Me puede la inconsciencia, la ignorancia la poca honestidad.
Me pueden las cosas negativas, me calan los huesos, me decepcionan.
Y entonces me aparto de todo y grito en silencio.
Justo como me gusta, en soledad, discutiendo en mi cabeza todo lo que no está bien, lo que no se dirá jamás.
Me vacilan los sentidos, y respiro. Al hacerlo me desplomo por segundos y me desperezo del mundo al que pertenezco. Y entonces mis dientes chirrían, oprimen y los ojos se me encienden hasta notar el dolor.
El dolor de las palabras sordas de los actos imprudentes.
De pequeñeces tontas que se clavan como astillas, tan molestas bajo la piel.
A veces prefiero mirar hacia otro lado, y volver a ese silencio hostil donde nada parece importar, y colocarse ese chubasquero invisible para que todo resbale. Y hacer un giño a todo los pasos aprendidos una vez llegados a este punto.
Me retiro a las sombras luminosas creativas que me envuelven y le dan sentido a mi vida.
Existe gente sufridora, existe gente buena, gente amable, gente mentirosa, existe gente honesta, gente furiosa, existe todo tipo de personas.
Y luego estoy yo.
Y luego estás tú.
Tú si al leerme te sientes identificado con el otro lado de las cosas que nadie logra comprender.
Tú que lees buscando comprensión sin necesitarla.
Tú que me entiendes, como yo te entiendo a ti.
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