Como misiles sin tregua deciden posarse en su cabeza, todas esas malditas sensaciones que producen ese estado de desconcierto, de reclamos que se repiten, y se disfrazan bajo diferentes siluetas.
Y entonces todo tiembla. Ver lo que otros no ven, percibir esas cosas que ante ojos casi ignorantes queman. Fingir que no es así, que jamás fue visto y seguir por un rumbo que a veces tambalea sin querer; saber. La duda y el temor. La coraza de acero se instala sobre su piel. Defensa que decide hacerse con el control. La más radical de las respuestas aprieta. Carcome y se retrae simulando ser la mejor opción.
No lo sabe, no sintetiza, ni racionaliza las verdades. Se prende bajo sensaciones que anidan y miedos que tímidos se entreabren al exterior.
Mira hacia atrás, esa tormenta que yace aguardando un nuevo dolor de cabeza, ese aroma torturador de inestabilidad constante. Ya no quiere nada de todo eso, no acepta dudas, ni silencios, ni confusas situaciones que le enturbien el camino.
Aquí no hay lugar para voces ajenas, ya no.
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