Hacía tiempo que no iba a pasar la tarde al Ikea, ese sitio donde puedo recrearme hasta quedar exhausta. Cotilleando absolutamente todo, tumbarme en las camas expuestas e imaginar, y si esta fuera mi casa... el olor a muebles nuevos, me recordaba tanto a mi casa de Igualada... por un momento añoré todo eso que tuve una vez y era sólo mío. Mi casa. Mi lugar. La mudanza, pintar, decorar. Los baños de espuma. Las noches frente al aire caliente, la manta y mi Kai. Las tardes de sol asomando por el ventanal. Los días de visita recuperadoras, y todas esos pequeños detalles con encanto que pocos entenderían. He vivido rápido, a veces quizás demasiado. Y ahora que sé que es todo eso, todo lo que comporta, aspectos positivos y negativos, sé que cuando lo vuelva a hacer, esta vez, saldrá bien. Por el momento, tengo mi habitación que puedo seguir decorando hasta que me de la gana, o hasta que no quepan más muebles.
Me encanta crear mis espacios, comprar muebles, llegar a casa y montarlos, sea la hora que sea. Siempre me he tenido que espabilar en este aspecto, cuando he querido pintar la habitación he tenido que ser yo, desde pequeña colgar cuadros, estantes, cortinas, arreglar interruptores, hacer empalmes de cables, arreglar grifos, cisternas, lo que sea. Mi madre se piensa que soy una superwoman que lo sabe hacer absolutamente todo, siempre que se estropea algo ya da por sentado que yo seguro que puedo... ojalá, no siempre es así. Simplemente me apaño como puedo, mi padre nunca estuvo ahí para estas cosas, así que si quería algo me lo tenía que buscar solita, y me encanta que haya sido así.
Así que nada, buen día, buena compañía, buen resultado. Estos cambios hacen bien, es una forma de renovarse, un respiro y aire nuevo. Otra forma de pensar.
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Casa Igualada |
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