Sueños, esos que vienen a recordarnos lo que despiertos tratamos de olvidar. Los que traen consigo un montón de sensaciones, tan reales, tan palpables que desearías permanecer en ellos horas y horas. Aunque te hallas armado de valor, aunque tus labios consigan decir basta y tus ojos por fin logren mirar hacia otro lado, tu subconsciente sigue arraigado a todas y cada una de esas cosas por las que tratas de huir. Tal vez en contra de su voluntad, desprenderse de lo que le hace sentir bien, lo que consigue transportarle a un estado de tranquilidad, un equilibrio un momento de no pensar. De estar ahí, sostenido en algún sitio, muy lejano a la realidad.
Sueños, los que al cerrar los ojos te inundan la mente de imágenes, y te dejas llevar por la corriente que los transporta, lentamente te dejas caer, te envuelven en ese halo luminoso, y allí permaneces en ese lugar, donde probablemente no hayas sido nunca tan feliz.
Sueños, esos pequeños envenenados que vienen a recordarnos lo que no tenemos, y tanto deseamos. Los que con lujo de detalle nos dejan la miel en los labios. Pero tras el despertar se queda ese sabor amargo, del espejismo fugaz de una felicidad inexistente y demasiado real.
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