Donde por las noches jugaban a esconderse del mundo. Por esos caminos donde la única luz que vislumbraba el destino lo marcaban las estrellas y una media luna casi perfecta. Donde el frío no era un problema, ni las horas de caminata suponían un cansancio para sus cuerpos. No había limites, no había normas, y si alguien las ponía estaban ahí para saltárselas. No había son para las voces que querían decir más de lo que nadie sabía. Nadie podía destruir nada de eso. Nadie. Nadie podía hacerse con el control de dos mentes que al juntarse desvariaban hasta el punto de salirse del papel. Eran tan especiales, tan distintos y a la vez tan iguales.
Seguía cerrando con fuerza sus ojos, notando, sintiendo y deseando que eso que imaginaba con tanta ímpetu fuera real. Se pudiera palpar. Quería dejar este lugar, salir ahí fuera y ponerse a gritar. Quería que alguien la escuchara de verdad, alguien la mirara y la deseara como nunca nadie lo había hecho jamás.
Quería ser feliz.
Feliz.
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