El fin de un imposible

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El atardecer trae consigo un aire suave que desprende el remedio de los malos pensamientos. Se los lleva lejos, dejando a una mente calmada de vagos recuerdos que oprimen y torturan el subconsciente. Duelen, como punzadas directas a la querida máquina que nos mantiene con vida.

Desintoxicarse por completo de todo aquello que sólo trae nervios y complicación, una intranquilidad que supera con creces cualquiera de los ahora recuerdos presentes. Ya no recuerdo nada más allá de lo que en realidad quiero pensar. Una mente borrosa quiere formar historias inexistentes de ocasiones casi improbables que jamás ocurrirán. 

Tan sólo quiero imaginar, acudir a otro lugar, lejos del acecho incontrolado que agita mi cabeza y la transporta a ese sitio donde ya no quiero estar. Ya no sé ni que es verdad. En quien se puede confiar, si lo que veo es cierto o tan sólo son coincidencias manipulada por una mente que sólo quiere mal pensar.

Enmudeceremos todas y cada una de las palabras que pertenecían a otra dimensión. Lejos del murmullo de la gente corriente. Lejos de la envidia. Ya no nos pertenecen. No hay cabida para todo eso que los actos erróneos consiguieron desterrar. 
Quizás algún día. No, tal vez nunca. 
Lo que fue ya no volverá porque jamás pudo ser real. 
Fingiré que ya no te conozco, que me perdí todo este tiempo tratando de buscarme. 
Que sucumbí a otro lugar lejano para aprender y hacerme grande. 
Fingiré que jamás he querido nada de lo dicho con anterioridad.
Fingiré que no he sentido y que ya no siento.
Lo haré hasta creérmelo de verdad. 
Hasta que tu nombre me suene extraño, y no me diga nada ya. 

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