Digo

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Hace tiempo que no me sincero en este blog, o como suelo llamarlo “este rincón de desahogo”,  como hacía en las primeras entradas, me gustaba, y además conseguía poner en orden todas esas cosas que no lograba ubicar.
Últimamente he recurrido a las hojas silenciosas del diario, esas que no cuentan nunca nada, pero, seamos sinceros,  a veces me duele la mano de tanto escribir. Es lo que suele pasar cuando te acostumbras al teclado.

Alguna vez había dicho que iba en busca de algo que no lograba encontrar, de hecho no sabía qué era eso que deseaba encontrar con tanta ansia. Supongo que todo el mundo necesita un atisbo de esperanza para hacer los días más amenos. Llegados a este punto he conseguido muchas cosas, no me ha sido fácil soportar alguna que otra situación, pero como ya dije en otro lugar no me arrepiento de nada de lo hecho anteriormente, pues no estaría ahora mismo donde me encuentro.

A veces me pongo a pensar y a hacer una especie de recorrido por mi vida, desde la infancia hasta ahora, y entonces entiendo porque actúo como actúo y porque soy como parezco ser. Así como si que he tenido mucha suerte en el ámbito profesional y en salir airosa de los problemones avenidos. No he tenido demasiada suerte ni en la familia, ni los amigos. Quizás yo no lo haya puesto nada fácil. Entiendo que es difícil llegar a entender mi comportamiento y mi forma de ser. Pero no creo ser tan mala persona como para merecer algunos de los palos recibidos. Creo ser buena, puede que no actúe en algunas ocasiones de la forma más correcta o más madura. Pero trato de aprender de mis errores.

He puesto un muro frente a mí. Me obligo a no sentir muchas cosas, a evitar todo eso que pueda dañarme de alguna forma. He pasado de un extremo a otro, de perder la cabeza a huir cuando las cosas se ponen incontrolables. He pasado de flotar por mis nubes de flower-power a tener los pies hundidos en un bloque de cemento. Algunas veces pruebo, doy un pequeño salto intento dejarme llevar, confiar y me doy de narices contra el suelo. Duele, retrocedo y vuelta a empezar. En realidad me cansa.

De cara a la galería parezco una persona muy tranquila, como que voy a mi ritmo y ya. Cuando en realidad soy un manojo de nervios. La constante sensación de tener el corazón en un puño. Así no se puede vivir. Me importan muchas más cosas de las que en verdad parece.  Y me duele, me molesta, me inquieta, me entorpece, me recome la conciencia entre-abrir un poquito la pequeña puerta de mi muro y recibir indiferencia.

Y la verdad, ni siquiera sé si merece la pena.




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