El alimento de las noches frías

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El gélido frío, como el filo de un cuchillo, me acaricia la espalda de abajo hacia arriba. 
El glacial congela mis entrañas, apartando cualquier pensamiento fantasmal que se atreva adentrarse en un cerebro, harto de silogismos sin sentido y quebraderos de cabeza. 
El aire helado anestesia el recorrido directo hacia los pulmones.
Ahora él decide cuando si y cuando no. Me he entregado a su ímpetu por gobernar cualquier atisbo de mi propia indecisión. Se hizo con el control y me encantó.
No se atreve a tocar mis labios quebrados que a cualquier mueca distraída, haría nacer pequeños regueros de mi propio esencia vital.
—Yo ya no te tengo miedo susurraba entre dientes, un hilo de voz tan suave que casi parecía fundirse en la penumbra del anochecer. 
Pequeñas convulsiones empezaban a renacer de lo mas profundo de mi ser, producto de este álgido silencio que inundaba todo cuanto lograra alcanzar.
Yo ya no te tengo miedo volví a murmurar, un susurro casi impredecible a sus oídos cegados por el ansia de poseer entre sus brazos, todo cuanto arrasaba con esa incitante mirada, que no osaba desviar.
Paralizada contemplaba la inquietante serenidad que desbordaba por el contorno de la claridad en sus pupilas.
Memorizaba cada detalle para degustar cada centímetro del segundo que vendría a continuación. Quise pedir a gritos enmudecidos que las yemas de sus dedos entraran en contacto con mi piel. Casi sorprendida por la voluntad de mi propia petición, lentamente fue moviendo su mano acercándose cada vez, al fuego avivado de la llama,que resurgía de lo mas profundo de mis propias emociones. Casi pude escuchar el electrizante estallido de las células que formaban su epidermis, al entrar en fricción con las mías. Suavemente, fue recorriendo aquella tez de blancura inmaculada que emitía un fulgor inusual, en aquella quimérica oscuridad...

No recuerdo nada más...

Un  simple sueño efímero, que retorna cada gélida noche para recorrer por mi espalda y hacerme olvidar.


Ainara.


Simplemente perfecto:

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