Necesitaría muchos días para poder explicar todo lo que pasa por mi cabeza, pero por más que lo intento no encuentro las palabras adecuadas. Se queda ahí suspendido en el aire. Ese vacío que cada vez se hace más y más grande. Los nervios a flor de piel. Los días que amanecen estupendamente bien, que siguen con esos estados de pesimismo tan propios de mi y que acaban con esa incertidumbre de sabor agradable a saber-sin saber.
Y es que a veces el no entender sienta bien. Las sutilezas despiertan en mi un interés. Será que soy rara y que lo típico no me convence, o será que soy tonta y me gusta engañarme. Quien sabe.
Unos retos cada vez mas altos. Y es que escribir de este modo me resulta cada vez más complicado, quizás por el miedo a dejarme llevar de esa forma que bien sé y que no puedo expresar. Porque de hacerlo se corre el riesgo, ese riesgo que tanto asusta y atormenta. Porque después de estar aquí no me perdonaría un paso en falso capaz de acabar con todo. Como un lapsus de espacio-tiempo, ese que te hace cometer errores y salir huyendo. Como... prefiero no dar ideas.
Detrás de mi no hay nada, y ante mis ojos una sola presencia que no me deja ni un segundo. Se ha quedado ahí y a decidido hacerlo durante un buen rato. Se pasea por mi mente con un vaivén de ideas que producen esa maldita sonrisa que reviste mi boca. Se paralizan mis sentidos. Si alguien me habla se extingue el ruido en mis oídos. Las voces ajenas ya no suenan, se evaden mis pensamientos muy lejos. Y en un instante ya no estoy. Así pasa un día tras otro, y otro, y otro... a la espera de un sonido de luz verde que lleve mis latidos de cero a cien en tres segundos y medio.
Ainara.
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