Amor
que te has marchado y me has dejado a la sombra. Ante el abismo de mis pies
descalzos, descansa mi alma, y respira profundamente. Tras de sí un arenal de
sentimientos que despiertos entre silencio y anhelo, aguardan a la espera de un
mundo mejor. Si pudiese retroceder al menos por un instante, saltaría al vacío
de lo desconocido. Transformaría lo vivido en pequeños regalos que me fueron
otorgados, disfrutaría de todos los segundos que pasé a tu lado.
Entre mis dedos vacíos solo
quedan recuerdos casi ya desvanecidos. Se funden entre pasado de humo que fue,
pero que nunca más volverá. Ahora sólo queda la culpabilidad acompañando cada
segundo que dedico a llenar de aire los pulmones. Y entre sístole y diástole punzadas
me recuerdan todo aquello que quise decir, y jamás con palabras supe
pronunciar. Todo aquello que ya no vas a escuchar.
Por
más que trato de hallar una explicación, por más que trato de pensar que debió
ser así. Nuestro momento había llegado, aquel donde nuestros caminos debían
tomar rumbos tan distintos el uno del otro. Tal vez equivocados.
Aquello
que se removía en tus entrañas, te oprimía el corazón y te cegaba por completo.
Una lucha entre lo interior y lo exterior que no supiste vencer, decidiste
huir, decidiste dejarlo todo y probar una nueva vida, una vida mejor. Aunque
los miedos acecharan constantemente, sin dejarte respirar. Ocultabas tus
temores esperando que no tuviesen la oportunidad de encontrare de nuevo.
Una
batalla perdida. Cómo mi batalla, una
lucha continúa entre la lógica y lo sobrenatural. Dos mundo paralelos, que tan
juntos y a la vez tan distantes, no se cruzan por un instante. Al igual que
nosotros, que no dedicamos ni un solo segundo de nuestra corta existencia a
comprender ni si quiera un por qué. Reprimiendo todo aquello que nos hacía
felices, todo aquello que deberíamos haber tomado con mas impulso, lo que no se
valora, lo que no se ve.
Permanezco
mirando al horizonte, hasta que mi vista no consigue vislumbrar nada de lo que
tiene en frente, los objetos van cogiendo una apariencia borrosa, y ante mis
ojos, la espesa negrura se torna en imágenes que sintetizan una vida irreal. Una
situación que calme mi corazón. Que me recuerde que todo está bien, tranquilice
la ansiedad que recorre por todo mi cuerpo. Por un instante me aguarda la calma.
Saboreo esos segundos con gran esmero. Sencillez que abarca un mundo tan complicado,
tan difícil de comprender. Aire fresco que se cuela en mi interior, oxigenándome
el cerebro, devolviendo las fuerzas que casi agotadas acababan por perturbarme
el subconsciente. Una bocanada para ponerme en pie, para así entender por qué
motivo te has ido y me has dejado. Pero despierto de ese mundo etéreo, tan
efímero que ya he olvidado.
Quiero seguir, quiero avanzar, subir escalones que me lleven a la cumbre, que me enseñen los valores, que me ayuden a comprender esta situación. Y sin embargo, tan solo recibo el eco de mi propia voz como respuesta.
Quiero seguir, quiero avanzar, subir escalones que me lleven a la cumbre, que me enseñen los valores, que me ayuden a comprender esta situación. Y sin embargo, tan solo recibo el eco de mi propia voz como respuesta.
Tomaste
el camino más fácil, fuiste cobarde pero yo sigo aquí, a la espera de tu
regreso. Soñando despertar un buen día con el ruido de la cafetera y el aroma a
tostadas recién hechas, aquellas que tú solías preparar para mí. Mantequilla y
mermelada de fresa, ¿recuerdas?
Estoy perdida,
entre recuerdos que no me dejan vivir, entre momentos que tengo miedo a
olvidar. Me aferro cada vez más a ellos, los sujeto en mi mente, y los
escribo en un trozo de papel que muy cerca de mi guardaré.
Sé que está mal, que no
debería pasar tantas horas torturando mi cabeza. Que todo esto a ti ahora te da
igual, y sin embargo, tengo la esperanza de que aun sigas pensando en mí.
Sigues de lejos mis pasos y sabes de antemano lo que voy decir, a donde iré e
incluso dónde acabaré. El trayecto es largo, las paradas son cortas y los
paisajes se han vuelto aburridos ahora que no estás conmigo.
Los pequeños detalles que amanecían cada
nuevo día, los placeres de nuestra perfecta rutina, se han manchado de ceniza.
No
te culpo, aunque fueras tu el que decidiese por los dos. No consigo encontrar
dentro de mí el rencor hacia ti. Fuiste fuerte, aunque no lo suficiente. Pero
es la pena la que se ha hecho con todo el control de mi interior.
Los recónditos silencios de mi tristeza
abarcan las horas que llenan un día. El amargo sabor que se posa en mi boca, me
irrita la garganta. No tengo suficientes palabras para explicar lo que siento.
No tengo el valor para salir de esta habitación, y sin embargo, las cuatro
paredes que fundan este cuarto, cada segundo que pasa, se me echan encima. Ahí
fuera ya no hay nada para mí. No recuerdo a que sabe el aire puro, el olor a pino
mojado. El sonido de los grillos al alba, el dulce despertar de los pájaros.
Posada en esta cama que de la noche a la mañana se volvió enorme, no distingo el final del horizonte, no consigo descifrar ese acertijo que consiga devolverte a mis brazos. Me escondo entre las sabanas y te busco entre mis sueños. Tu olor en mi almohada; un delirio incontrolado de emociones que trepa por mi vientre, y acelera los latidos de este frágil corazón que se muere por una caricia tuya.
Posada en esta cama que de la noche a la mañana se volvió enorme, no distingo el final del horizonte, no consigo descifrar ese acertijo que consiga devolverte a mis brazos. Me escondo entre las sabanas y te busco entre mis sueños. Tu olor en mi almohada; un delirio incontrolado de emociones que trepa por mi vientre, y acelera los latidos de este frágil corazón que se muere por una caricia tuya.
El
sonido del aire al chocar contra la ventana me recuerda al murmullo de tu voz
por la mañana. Aquellos días de invierno que nos servían de excusa para no
salir de la cama. Éramos tú y yo, formábamos una fuerza mayor de la que jamás
el mundo volverá a ser cómplice. Sin embargo no me acostumbro, no consigo
hacerme a la idea de que no volveré a sentir nada igual. Y las noches en vela
por tus molestos ronquidos que ahora tanto anhelo… Viviré del recuerdo hasta
que me quede sin fuerzas. Hasta que tenga un motivo lo suficientemente grande
para llenar este vacío.
No
siento nada, los ojos irritados se han quedado exhaustos de lágrimas, el
cansancio que invade todo mi cuerpo me ha robado el ánimo, una necesidad
constante de gritar, culpar al mundo de tu partida. Quiero odiarte y sin embargo no encuentro la razón, quiero
sentirme libre y no estremecerme cada vez que recuerdo tu voz.
Recoger los pedazos de un cuerpo cansado que se agota por
silenciarse en un momento eterno. Paso a paso recorro el camino que me lleva
junto a ti. El sonido de mis zapatos se ahueca en el estrecho sendero que me
lleva a la deriva. En las manos sostengo las que serán mis últimas palabras de
desesperación.
El sabor amargo de la despedida tan cruel como sincera te
arrebató de mis entrañas. Ella apareció, tan gélida, tan sombría y silenciosa,
tendió su mano y tú la cogiste sin volver la vista atrás. Te meciste entre sus
brazos, dejaste que tu silueta formase parte de un presente permanente.
Sola ante un futuro que de sentido carece. Permanezco de
pie cubierta de ésta fría lluvia invernal, que cae por mis mejillas, cubriendo
las pocas lágrimas suicidas que arrojan estos ojos cansados de recordarte.
Frente
éste lugar, frente al montón de tierra que te representa, frente a ti. Amor que
te has marchado y me has dejado a la sombra. Ante el abismo de mis pies
descalzos…
Ainara Blancas Garrido
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