Yo digo; yo vivo.

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Al límite, cómo cuando sientes que el corazón se te va a salir del pecho. Sube por la garganta, directo hacia a la boca. Cómo cuando la adrenalina te consume la energía y te deja exhausto por completo. Igual que cuando coges mucho aire para gritar y te dura una milésima de segundo. Tanto esfuerzo para nada. Se queda ese temblor en el cuerpo, ese tambaleo de manos y piernas que ni siquiera logras entender. Es pensamiento estúpido de; por que precisamente esta vez. No hay razón o si, quien sabe. Quizás hoy si, y mañana no sea la misma razón, la que me haga llegar hasta aquí. Ni seas tu, ni él, ni aquel que me miró una vez. A lo mejor no es nadie, o tal vez ni siquiera sea yo la que habla o la que deja que sus dedos marquen lo que ocurre en ese momento. Seguramente sea todo producto de una imaginación tan viva y tan despierta que me alimenta esas largas horas de espera. Sentada, tumbada, dormida, en silencio o rodeada de ruido. Pisando fuerte o rozando las nubes. Aquí, allí, perdida o sutilmente colocada. Decidida a dejarte entrar o temerosa por lo que va a pasar. Asustada, triste, alentada maquillada de silogismos que no se atreven a decir una palabra. Asintiendo y negando con fuerza dos polos opuestos que tanto se detestan, y tanto desean atraerse. Contradicciones que enamoran y tuercen entrañas llenas de esperanza. 



Aquí y ahora. En este preciso momento. 

Yo digo; yo vivo.

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