Vielha

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Después de una dosis de tranquilidad, de vuelta a la rutina de los madrugones aniquilantes. Supongo que es lo que peor se lleva, despertar con el cielo aún oscuro, el frío colándose por los huecos de esas ventanas que nunca cerraron bien.

Siempre queda el recuerdo del sabor de los días tranquilos, diferentes. Aventuras que esperan su momento. Así que me alejo de aquí, y retrocedo en el tiempo. Hoy me apetece escribir, no de ahora, ni de mañana. Me apetece escribir sobre entonces, sobre ese lugar mágico donde se vislumbra tan sólo un trocito de cielo. Sí, es un valle, uno de esos rodeado de montañas.

Carretera, horizonte y más carretera. Todo lo demás desierto, kilómetros de campo llano que se funden más allá de lo que la mirada alcanza.

Directos a otro paisaje, uno de esos, donde todo es totalmente diferente. Naturaleza aquí y allá. Verde, sobre naranja, amarillo, marrón y de nuevo otro verde. Una sinfonía de colores, que te invitan a descansar.

A unas tres horas y poco en coche, se encuentra un lugar en el que el tiempo poco importa, donde tan solo te apetece estar ahí fuera, mirando esas casitas aranenses. Donde el cuerpo te pide café bien caliente.

Cinco días en el apartahotel Nouvielha, tocando el centro de Vielha. Supermercado a un minuto a pie. Instalaciones más que correctas. Calidad-precio inmejorable. Supongo que si tengo que criticar algo es el poco cuidado que tiene la gente cuando está usando algo que no es suyo. Eso y que en la bañera faltase un tapón. Aunque eso se pudo solucionar. En definitiva, repetiría lugar de hospedaje.

Visita obligada de una forma u otra, estando por la zona es Sort, y después de un lapsus de recuerdos muy vagos, tengo que decir que no, no tiene nada más aparte de la lotería. Bueno, supongo que el negocio destellante que me llamaba a gritos, quizás el dorado, o las luces del techo simulando ser un cielo estrellado. No sé, pero algo allí dentro me llamaba. El rebost de la bruixa d'Or. Una buena taza de chocolate negro y blanco mezclado con un toque de avellana. Y un buen plato de melindrus, que no falte.

Eso sí, el recorrido en coche por el port de la bonaigua en esta estación del año, te deja sin aliento. Surcando lentamente la trayectoria de una carretera casí inhabitada, contemplando la caída de las montañas, piedras, árboles, caballos, vacas y ovejas. Es una experiencia que hay que vivir. Salir del coche, respirar ese aire helado que empapa los pulmones en lo más alto de la cima.


Excursión al parc d'aigüestortes i l'estany de sant maurici, lamentablemente escogimos justo el día en el que estaban asfaltando la calzada, así que dejando el coche en Espot, una hora y cuarenta hasta lo alto del lago. Nada mal, para dos casi principiantes en esto del senderismo.
Trayectos de piedra, raíz, árbol y otra piedra. Escuchar, sentir y vivir la naturaleza tan cerca. Respirar tan puro que duele. Para acabar deleitando tus ojos, con paisajes de ensueño.
Seguir subiendo, la cascada de la ratera y el estany de la ratera: un lugar para dos.

Sin duda una de las mejores épocas escogidas, donde el frío aún no llega. El sol calienta pero no quema, y la escasa lluvia ni molesta.

Esta aventura termina, pero sin duda, otra nueva espera, a la vuelta de la esquina.

 Ainara.




Pd: de mayor quiero ser un árbol naranja..


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