Sinceridad 2.0

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Nunca he sabido pedir ayuda, es una cosa que me cuesta demasiado, quizás porque desde pequeña me han inculcado que cada uno tiene que resolver sus problemas por si mismo, y que el hecho de pedir ayuda te convierte en una persona débil.
Esto me ha traído demasiados problemas, he acarreado con todas mis preocupaciones yo sola, hasta que llega esa gota de agua que derrama el vaso y después ya no hay vuelta atrás, llegan los ataques de ira y los malditos impulsos que empeoran la situación. Y de ahí a las tonterías, esas tonterías que dejan unas marcas visibles con la que tengo que convivir el resto de los días. 
Alguien me enseñó a respirar y contar hasta diez antes de cometer locuras, aunque a veces se me olvida.

Pero por suerte hace ya mucho tiempo que dejé de aliviarme de aquella forma, y en el fondo me gustaría poder decir que ya no ha vuelto a pasar por mi mente, pero no es así. A veces siento que la lucha que tengo conmigo misma es más grande que la lucha con el mundo exterior, me ahogo sin motivo, por esa especie de ansiedad que siento por querer hacer algo de lo que luego sólo me puedo arrepentir. Es cómo si mi cerebro sólo pudiera recordar el momento de anestesia y tranquilidad, después de las emociones descontroladas, olvidando todo lo demás. 
Me siento mal, por no poder deshacerme de esos pensamientos, de estar atada a una parte del pasado que sólo quiero olvidar. Hay algunos hábitos que deberían quedar atrás, porque son dañinos física y psíquicamente. Pero esto es como el tiempo loco de la primavera, recaídas que vienen y van, todo acaba pasando tarde o temprano, o eso me gustaría creer.

Cuando pido ayuda, es porque ya no puedo más. Sé que no debería ser así, que no debería aguantar hasta saturarme de esta forma, hasta estar en la cuerda floja. Pero por una parte me siento orgullosa de mi misma, porque esta vez cuento hasta diez y pido ayuda. No quiero más marcas en mi piel.

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