Empatía

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Antes de meterme de lleno en el tema principal de esta entrada, un pequeño inciso, me encanta cuando falto un día al trabajo y se crea el caos. Señal de que soy un pilar bastante importante, ahora bien, no quiero ni imaginar que pasará en Septiembre/Octubre...

Ahora si, a ver como empiezo sin liarme demasiado; de forma ordenada y por partes.
Siempre he tenido más amigos que amigas, de hecho durante un largo tiempo fui la única chica del grupo, luego una de pocas. Hace relativamente poco, ni siquiera recordaba porque había sido de este modo, la verdad no me cuesta demasiado congeniar con todo tipo de gente, me amoldo bastante bien a las situaciones y cada tipo de persona, sin perder de vista quien soy en realidad y qué es lo que me define
.
Amigas de esas con las que pueda contar de verdad, muy pocas. 
No me fío de los grupitos de féminas, las mujeres en general somos malas, y más entre nosotras. Cuando en un grupo resurge la envidia, la boca se llena de todo tipo de cosas que no son ni mucho menos bonitas, todas ellas hacia un objetivo, y después está el séquito de ovejitas que sigue a su ama. Y a por otra victima. Por no hablar de las sonrisas fantasmales y las puñaladas por la espalda. 
Siempre me he mantenido muy al margen de ese tipo de amistades. 
Y ahí estaban mis chicos, simples, sinceros, directos, de los que hablan de temas banales. A los que no se les tiene que dar ninguna explicación tras desaparecer una temporada, tras una negativa, tras lo que sea. Eso es lo que más me gusta. Que se desconecta totalmente, que no hay criticas, que es lo que es y punto. Y que supongo que me entiendo mejor con ellos. Me hace gracia que después de tanto tiempo me digan, que soy uno más. Para mi ellos son ese grupito de amigas que no tengo. En el que me siento cómoda, mi ambiente, supongo.

Bien, a lo largo de la vida, te vas cruzando con personas, con las que congenias más o menos. Personas que quizás se hayan encontrado en situaciones muy similares a la tuyas, y con las que acabas compartiendo un trasfondo de aprecio. 
Así como hay personas de esas que con una sonrisa, un gesto o una palabras, consiguen que tu día mejore con creces. También hay de esas personas que tienen el don, sea por el motivo que sea, de impregnarte de ese espeso halo negro que cargan tras su espalda. Personas que se ahogan en un vaso de agua, le dan milquinientas vueltas a las cosas, y acaban por ahogarte a ti también en ese mismo vaso.

Quizás el problema sea mío, que empatizo demasiado. Me encanta que las personas me hagan cómplice de sus asuntos, que me tengan en cuenta. Escuchar, me gusta. Opinar, dar consejos, cualquier cosa por ayudar. Me gusta, hasta que después de haber dado todas las opciones posibles, todos los conejos habidos y por haber. Todas las charlas improvisadas, absolutamente todo, se continúe con el monotema errequerre. 

Imaginaros:

Brisa marina, arena ultrafina entre los dedos, olor a mar impregnando las fosas nasales. Y de fondo suena el mismo dichoso tema, un tema que no hay por donde cogerlo. Algo que está bien, y se estropea por el gusto de la inseguridad que se crea uno mismo. 
Estar mal por estar mal.  
Acabas volviéndote loco de tanto escuchar.
Como yo, saturada por completo ahogando entre lagrimas la rabia por no matar a nadie.
Como todo el mundo también tengo mis cosas, está bien contar tus penas, desdichas, lo que sea; recibir consejos, está bien, pero con un poco de dosificación por favor. 
De las malas experiencias, hay que sacar la parte positiva. Y si algo he aprendido de todo esto, aparte de ver que me hago mayor. 
Es, que voy a dejar de tratar de salvar a la gente. 
Cada uno tiene que salvarse a si mismo.


Quiero hacer cosas, miles y miles de cosas, 
sin tener que preocuparme de nada más 
excepto de lo que esté haciendo
 en ese mismo instante.



Y eso es precisamente lo que voy hacer.
Disfrutar; vivir; simple y llanamente.

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